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928 • TODOS SOMOS CRIMINALES

Martes, 5 de octubre de 2004

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El pasado 21 de mayo la Corte Suprema de Canadá emitió la sentencia final del caso Monsanto contra los agricultores canadienses Percy y Louise Schmeiser, culminando así una lucha legal de ocho años. La trasnacional había acusado a los agricultores de haber "violado" su patente de cánola transgénica (resistente al herbicida RoundUp).

Los Schmeiser (agricultores familiares por más de tres generaciones) nunca quisieron el transgénico: sus campos se contaminaron por viento e insectos y no lo supieron hasta que Monsanto les envió una carta amenazándolos con llevarlos a juicio si no pagaban miles de dólares que estimaba le debían por regalías. En lugar de amedrentarse por las amenazas del gigante trasnacional, Percy salió al mundo a contar su caso, entendiendo que esto era un precedente grave para los agricultores a los que se les contaminara el campo. Durante años, cortes menores sentenciaron en contra de los Schmeiser, alegando que, aunque no se podía demostrar su culpabilidad, debían haber advertido a Monsanto que podría haber plantas contaminadas accidentalmente y pedirle que las retirara, o de lo contrario, se estaban aprovechando de los genes patentados. Por eso los condenaron a pagar 20 mil dólares de multa y regalías, además de 150 mil por gastos de juicio, además Monsanto los amenazó con mas juicios por contar el caso al público.

La sentencia de la Corte Suprema Canadiense, afirma que la patente sobre genes de cánola transgénica es válida también en las plantas contaminadas, y por tanto los Schmeiser estaban privando a Monsanto del pleno gozo de su monopolio al usar plantas que contenían genes con su patente. Sin embargo, considera que los Schmeiser no tienen que pagar nada a Monsanto, porque no sacaron provecho del transgénico, ya que no usaron el herbicida RoundUp.

Pero los Schmeiser, ambos de más de 70 años, no sólo resultaron inocentes de los cargos, sino que: sufrieron el daño de la contaminación, muchísimos gastos en el proceso, y el acoso legal y propagandístico durante ocho años. Por su lado Monsanto se consiguió una patente inflable. Ahora puede decir que sus derechos se extienden a cualquier cosa en la que se introduzcan sus genes, ya sean plantas, animales o humanos. La Corte de Canadá sentenció que la patente sobre un gen se extiende a cualquier organismo superior que contenga al gen patentado.

Bajo este veredicto, la expansión de la contaminación se convierte en una estrategia de las corporaciones para extender sus monopolios. La sentencia implica que si un agricultor tiene semillas o plantas que contienen genes patentados corresponde al agricultor probar que no está infringiendo la patente monopólica de la compañía. En el mundo de Monsanto, todos somos criminales hasta que una Corte diga lo contrario.

Monsanto, controla actualmente el 90 por ciento de los transgénicos plantados comercialmente en el mundo, es uno de los responsables de la contaminación del maíz campesino en México. A la luz de este hecho es aún más ignominiosa la propaganda que está publicando en periódicos de Chiapas en un aviso pagado que comienza diciendo "Amigo agricultor:", advierte a los campesinos que si usan "ilegalmente" sus genes patentados (en este caso de soja transgénica) en "importación, siembra, guarda, comercialización o exportación" podrán sufrir cárcel y multas mayores. Además instigan a que si tiene dudas, "o conoce alguna situación irregular", se contacte con Monsanto, para evitar ser "cómplice".

En Canadá se ofrecía una campera de cuero por delatar a los vecinos, pero la trasnacional estima que para los campesinos chiapanecos basta la amenaza. México no permite las patentes sobre plantas, e incluso las plantaciones de soja transgénica de Monsanto en Chiapas se han hecho como experiencias de campo o bajo un eufemismo dudosamente legal llamado programa piloto que aunque son miles de hectáreas, por irresponsabilidad de las autoridades de agricultura y "bioseguridad", no son plantaciones para comercialización.

Por tanto, si hay alguien cuya legalidad debiera ser analizada es la de la propia Monsanto. Y yo aquí mismo lo denuncio, para no ser acusada de complicidad. Todas las patentes de Monsanto son biopiratería porque se basan en los miles de años de trabajo colectivo y público de campesinos e indígenas en el mundo, que crearon y desarrollaron las variedades que luego las empresas usan en sus laboratorios.

La amenaza de esa empresa en Chiapas y la sentencia de la Corte Suprema de Canadá muestran una vez más que la lógica de las empresas trasnacionales parecen tener a su servicio los poderes Judicial, Legislativo y Ejecutivo. Pero lo que no ha logrado es convencernos de que tienen razón. Por el contrario, los ataques cada vez más virulentos de Monsanto sólo exponen sus injusticias y alimentan la resistencia que existe en las poblaciones del mundo entero a los transgénicos.

SILVIA RIBEIRO
Investigadora del Grupo ETC
Colaboración ATTAC