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905 • NUEVA MARGINALIDAD

Viernes, 3 de setiembre de 2004

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No son marginales un soldado que regresa de la guerra o un desocupado; ellos tienen la posibilidad de volver a integrarse al tejido social del que, por razones diversas, se han distanciado. Y en sentido estricto tampoco lo es el anacoreta que eligió la vida solitaria y alejada. La marginalidad conlleva la marca de lo reprochable moralmente, de lo anatematizado. De ahí que se la aísle, incluso físicamente confinándola.

Desde hace algunos años el mundo va tomando tales características que hacen que el fenómeno de la marginalidad deje de ser algo circunstancial para devenir ya estructural. Hoy día asistimos a la marginación ya no sólo del harapiento, el mendigo en la puerta de la iglesia, sino de poblaciones completas. Se habla de áreas marginales. Si bien nadie lo dice en voz alta la lógica que cimienta esta nueva exclusión parte del supuesto de 'gente que sobra'. El temor malthusiano del siglo XIX parece tomar cuerpo en políticas concretas que prescriben no más gente en el planeta (y si se puede menos, mejor). La tendencia en marcha pareciera ser un mundo dual: uno oficial, el integrado, y otro que sobra.

El proceso por el que se llega a esta situación seguramente está ligado al especial desarrollo de la actual productividad: una técnica deslumbrante que termina prescindiendo del sujeto que la concibe. El ser humano comienza a sobrar. Existe un sexo cibernético en el que el otro de carne y hueso no es necesario; la imagen virtual reemplazó a la pareja. ¿La robótica prescindirá de la gente?

El peso relativo de los países pobres es cada vez menor en el concierto internacional. Las materias primas pierden valor aceleradamente ante los productos con alta tecnología incorporada. Los pobres son cada vez más pobres; y cada vez quedan más confinados a las áreas marginales. ¿Sobran? La pobreza va quedando más delimitada y ubicada en ghettos (quizá nueva forma de asilo). Pero trágicamente esos bolsones no son minorías discordantes sino que van pasando a ser lo dominante. En las grandes urbes del Tercer Mundo (y también, aunque en menor medida, en el Norte) las zonas marginales crecen imparablemente. En algunos casos albergan ya a la mitad de la población de algunas ciudades. Evidentemente el fenómeno no es marginal. Valga el dato: 1 de cada 3 nacimientos en el mundo tiene lugar en asentamientos urbano-marginales; y hay 3 nacimientos por segundo.

El Banco Mundial define la pobreza como la inhabilidad para obtener un nivel mínimo de vida. Probablemente pueda ser inhábil un impedido (un ciego, un parapléjico). Pero no lo son poblaciones completas. La imposibilidad de conseguir un nivel mínimo de subsistencia radica, en todo caso, en condiciones que trascienden lo personal. La pobreza creciente que agobia a sectores cada vez mayores en el mundo no es sólo falta de habilidad para procurarse el sustento; habla, más bien, de un nuevo estilo de marginalidad.

La forma que ha ido tomando el desarrollo del mundo en la actual era post industrial es curiosa, y al mismo tiempo alarmante. Asistimos a una revolución científico-técnica monumental, que se despliega a una velocidad vertiginosa, pero donde lo que debería ser el centro de todo: el ser humano concreto, queda de lado. Era de las comunicaciones, pero la mitad de la población mundial está a no menos de una hora del teléfono más próximo; auge de la informática, pero una tercera parte de la humanidad no tiene siquiera acceso a energía eléctrica. Se gastan más de 20.000 dólares por segundo en armamentos mientras muchos no alcanzan la dieta mínima para sobrevivir. Algo falla en la idea de progreso. Algo anda mal si se puede llegar a aceptar naturalmente la existencia de áreas marginales (barrios, poblaciones, quizá países, ¿continentes?)

Cada vez más gente queda marginada de la riqueza que la Humanidad genera. La marginación del nuevo estilo produce islas de esplendor resguardadas celosamente de mayorías 'excedentes'. Y mientras cada vez más gente quede al margen del festín, más serán las posibilidades de inestabilidad y eventuales estallidos. A modo de conclusión, e invitando a continuar el análisis, digamos que aunque la felicidad y la concordia humanas son más un mito que una experiencia concreta, serán de todos modos inalcanzables mientras haya alguien que piense -o actúe considerando- que sobra gente en el mundo.

MARCELO COLUSSI
Psicólogo y Licenciado en filosofía