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801 • POLTERGEIST

 

Viernes, 23 de abril de 2004

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Annemarie Schneider

En 1967 una serie de inexplicables incidentes trastornaron el despacho del abogado Adan, en Rosenheim (Alemania): los cuatro teléfonos sonaban simultáneamente sin razón aparente, las conversaciones eran bruscamente interrumpidas y las facturas alcanzaban cifras astronómicas. Los técnicos revisaron el equipo sin encontrar averías, cambiaron todo el cableado, instalaron un contador, tomaron nota de las llamadas que se hacían y finalmente colocaron candados en los diales. No resolvieron el problema, pero detectaron una cantidad inexplicable de llamadas (sin que se efectuara ninguna) al número que facilita la hora oficial.

Pronto empezaron a oírse extrañas detonaciones, al tiempo que las luces se apagaban y los tubos fluorescentes giraban 90 grados en sus soportes. Los fusibles saltaban, subía la tensión, las bombillas se balanceaban violentamente o estallaban, pese a los numerosos controles, revisiones y modificaciones realizados. Los cuadros giraban o caían al suelo, los objetos cambiaban de lugar.

Dos notables físicos, los doctores Karger y Zicha, verificaron los fenómenos, que sólo se producían en horas de oficina, con sofisticados aparatos y certificaron que no tenían explicación técnica. El informe oficial postulaba: la existencia de una energía desconocida para la tecnología, que se encuentra más allá de nuestra comprensión.

Intervino entonces Hans Bender, director del Instituto de Parapsicología de la Universidad de Friburgo, quien acabó identificando a la presunta causante inconsciente: Annemarie Schneider, una secretaria de diecinueve años. Frustrada y sometida a fuertes tensiones psíquicas, odiaba aquella oficina y anhelaba que llegara la hora de salida. Además, sufría extrañas contracciones cada vez que ocurrían fenómenos; éstos se aglomeraban en torno a ella y sólo comenzaban cuando llegaba al despacho. Bender está convencido de que descargaba paranormalmente su agresividad reprimida.

Los fenómenos presenciados por más de cuarenta personas, registrados por diversos aparatos electrónicos y filmados por Bender cesaron repentinamente cuando ella se ausentó, volviendo con mayor intensidad a su regreso: los empleados sufrían descargas eléctricas, los cajones y otros objetos salían disparados y los muebles se elevaban inexplicablemente, incluido un archivador de 175 kilos. La oficina recobró su tranquilidad cuando la chica fue despedida, pero su inquietante fama la persiguió en sucesivos empleos. Finalmente, se convirtió en una madre de familia prematuramente envejecida.

Este es uno de los casos más famosos de poltergeist (en alemán, duendecillo alborotador), término con el que los parapsicólogos designan fenómenos inexplicables que parecen dotados de cierta inteligencia: extraños ruidos de todo género; voces espectrales; lluvias de piedras; inconcebibles incendios y trombas de agua; vajillas y lámparas que caen al suelo; objetos que se mueven siguiendo caprichosas trayectorias y sorteando los obstáculos, sin que se quiebren o hagan ruido alguno, mientras algunos pequeños utensilios producen un estruendo desproporcionado, y otros aparecen o se desmaterializan súbitamente; muebles que bailan o se elevan; luces que se apagan o encienden; olores nauseabundos o perfumados; apariciones; alteraciones en aparatos domésticos o muy sofisticados...

Se trata de un fenómeno universal y muy frecuente, descrito con una constancia asombrosa en las más diversas épocas y culturas, que se produce en todas las clases sociales, en las grandes ciudades, en el campo o entre las tribus primitivas, y en lugares tan diversos como China, Rusia, Java o África, siguiendo siempre idénticas pautas de comportamiento. Es uno de los mayores desafíos a los que se enfrenta la parapsicología, y una experiencia absolutamente desconcertante para quien la vive.

Colaboración E. de Vicente