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378 • MONÓLOGO DEL PERRO

 

Lunes, 9 de diciembre de 2002

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No creo haber hecho nada malo esta mañana...
Parecían todos muy nerviosos esta mañana. Iban y venían por los pasillos, esquivándose unos a otros.
La mamá le gritaba a la abuela, y los dos niños, con las manos llenas de cosas, entraban en el dormitorio que yo tengo prohibido.
La pequeña (la más amiga mía) chocó contra mí dos o tres veces. Yo le buscaba los ojos, porque es la mejor manera que tengo de entenderlos: los ojos y las manos. El resto del cuerpo lo saben dominar y si se lo proponen, pueden engañarte y engañarse entre sí, pero las manos y los ojos, no. Sin embargo, esta mañana mi pequeña ni me quería mirar. Sólo después de ir detrás de ella mucho tiempo, en aquel vaivén desacostumbrado, me dijo:

- Drake, no me pongas nerviosa. ¿No ves que nos vamos de veraneo, y están los equipajes sin hacer? -no me tocó ni me miró. Para no molestar, me fui a mi rincón, me eché encima de mi manta y me hice el dormido. También me ilusionaba el viaje. Había oído hablar del mar y de la montaña. No sabía con certeza qué habían elegido; pero sé que en las vacaciones, mi pequeña estará todo el día conmigo. Y lo pasaremos muy bien, donde sea, siempre que sea juntos...

Tardaron tres horas en iniciar la marcha. Bajaron al coche las valijas, los paquetes, la comida (que olía a gloria) y los envoltorios de último momento. Yo necesitaba correr de arriba abajo por la escalera pero me aguanté. Cuando cerraron la puerta, eché de menos mi manta. Entré en su busca; me senté sobre ella; pero el papá, me llamó enojado:
- ¡Drake, venga! -y no tuve mas remedio que seguirlo. Mientras bajaba pensé que donde fuéramos, habría otra manta. Ellos siempre tienen razón.

Los tres mayores, mi pequeña, su hermano y yo, fue difícil caber en aquel coche, tan cargado de bultos; pero estábamos bien, tan apretados todos. Me acurruqué en la parte de atrás, bajo los pies de los niños. La abuela se sentó en un extremo, que suele ser su sitio, no decía nada, solo miraba las calles y la luz, que era muy fuerte, a través del cristal... Los niños peleaban por cualquier cosa esta mañana, estaban muy nerviosos. Sufrí sus patadas con tranquilidad, porque sabía que no iban a durar y porque era el principio de las vacaciones. De pronto, el niño le dió un coscorrón a mi pequeña... yo le lamí las piernas con cariño; pero ella me dió un manotazo, como si la culpa hubiera sido mía. La miré para ver si sus ojos me decían lo contrario pero mi pequeña no me miraba.

Cuando ya habíamos perdido de vista la ciudad, el coche disminuyó la velocidad, se echó a un lado y se detuvo. Los del asiento de adelante gritaban no sé si por qué discutían o por qué. La abuela no decía nada; había empezado a decir algo, pero la señora la cortó con malos modos. Tampoco los niños decían nada. Él bajó del coche y cerró de un portazo, dió la vuelta, abrió la puerta del lado de los niños y me agarró por el collar. Yo no entendí. Quizá quería que hiciese pis, pero ya había hecho en un árbol mientras cargaban y acomodaban los bultos. Empujó con violencia la puerta y volvió a sentarse al volante. Oí el ruido del motor. Alcé las manos y me apoyé en el cristal de la ventanilla, ahí estaba la cara de mi pequeña con los ojos muy redondos; le temblaban los labios... el coche arrancó el coche y caí de trompa. Corrí detrás, porque no se dieron cuenta que yo no estaba dentro, pero aceleró tanto que tuve que detenerme cuando ya el corazón se me salía por la boca... Me aparté, porque otro coche, en dirección contraria, casi me arrolla. Me eché a un lado, a esperar y a mirar, porque estoy seguro de que volverán por mí. Tanto miraba en la dirección de los desaparecidos que me distraje y un coche negro no pudo evitar atropellarme. El golpe seco me tiró a la cuneta.

Aquí estoy, no me puedo mover. Quizás el golpe no fue tan poca cosa como creí. Me duele la pata hasta cuando me la lamo. Me duele todo. Pronto vendrá mi pequeña y me acariciará y me mirará a los ojos. Los ojos y las manos de mi pequeña, nunca serán capaces de engañarme.


ANTONIO GALA