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323 • EDIPO

 

Sábado, 5 de octubre de 2002

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Edipo y la Esfinge (Gustave Moreau - 1864) Layo y Yocasta eran los reyes de Tebas una de las tres ciudades más importantes de la antigua Grecia. A poco de haberse casado, Layo manifestó inquietud por conocer cual sería su sucesión y que podía esperar de ella ya que cuando naciera estaba predestinado a ocupar el trono. Es oportuno recordar que esta preocupación ha sido una constante en todos los monarcas, muchas veces por el genuino interés de preservar su línea sucesoria y algunas otras con motivos un poco más mezquinos y egoístas. Layo recurrió a las predicciones del oráculo, que le dictó el presagio:
- Tendrás un hijo que matará a su padre y será esposo de su madre.

Es imaginable su preocupación ante tamaña afirmación que lo enfrascó en una lucha entre su amor paternal, Yocasta ya estaba esperando un hijo, y la necesidad de evitar el lúgubre presagio.

Cuando nace el niño y con la decisión tomada, el rey Layo se lo entrega al jefe de la guardia, con la orden de llevárselo a la montaña y matarlo allí mismo. El oficial se lleva al niño al monte Citerón que dominaba la ciudad, pero no tiene el valor para matarlo. Lo que hace es atarle los pies con un junco flexible y colgarlo de un árbol, y abandonarlo en ese lugar.

El destino quiso que pasara por ese lugar Formo, un pastor que conducía sus rebaños a pacer a la montaña. Formo, ignorando el origen del niño, lo desata y lo lleva consigo. Se lo entrega a la esposa de Polibio, Rey de Corinto, que no tenía hijos y tomándolo en adopción lo llama Edipo, que en griego quiere decir "pies hinchados". El destino de ser rey seguía su camino.

Edipo entonces fue criado en la corte de Polibio y educado como un príncipe. No obstante, al crecer e impulsado por la misma curiosidad que inspiró a su legítimo padre, recurrió a la sabiduría del oráculo con el objeto de conocer su porvenir. La pitonisa, sin revelar el secreto de su nacimiento le anuncia:
- Tu serás el asesino de tu padre y te casarás con tu madre.

Presa del temor Edipo no vuelve al castillo de Polibio, al que creía su verdadero padre, y emprende un viaje alejándose de Corinto, confiado en que al mismo tiempo se alejaba del peligro y de que el presagio se hiciese realidad. En su camino se topa con un extranjero que con aire arrogante le pide que le ceda el paso. Ante la orgullosa negativa de Edipo, se traban en lucha que termina con la muerte del extranjero desconocido gracias a una certero golpe del joven y fuerte Edipo. El extranjero desconocido que cayó a sus pies, era Layo, su verdadero padre.

Edipo continuó su viaje sin rumbo fijo y tiempo después llegó a las puertas de Tebas. Allí se encontró que sus habitantes estaban desesperados de miedo: un monstruo se había apoderado de la ciudad y no dejaba entrar ni salir a nadie. Ese monstruo tenía busto de mujer, garras de león, la cola de un dragón y dos enormes alas que le permitían volar desde la cima del monte Citerón hasta las puertas de la ciudad. Ese misterioso animal era llamado la Esfinge, y detenía a todos los viajeros que llegaban a la ciudad y les formulaba un enigma. Si ese enigma no era descifrado la Esfinge los despedazaba y los devoraba. De todos los que se habían enfrentado con la Esfinge ninguno había regresado y sus huesos yacían esparcidos por las inmediaciones de la ciudad.

Tal era la desesperación de los habitantes de Tebas que Creón, sucesor de Layo en el trono y hermano de Yocasta (viuda de Layo y madre natural de Edipo) había ofrecido a su hermana en matrimonio y la corona misma a quien lograse destruir a la Esfinge y librar a la ciudad de tamaña amenaza. Edipo, resuelto a afrontar el peligro se dirige al fatídico camino en busca de la Esfinge. Esta se le aparece y con un espantoso grito le dice:
- ¡Detente y responde!
- ¿Qué quieres que responda?
-pregunta Edipo
- ¿Cuál es el animal que por la mañana camina en cuatro patas, al mediodía en dos y al anochecer en tres?
Edipo sin dudar responde:
- Ese animal es el hombre. Por la mañana de la vida se vale de sus manos y de sus pies para caminar; en pleno día de su existencia se basta con sus dos piernas; y al anochecer, es decir a la vejez, se vale de un bastón para caminar.

La Esfinge grita rabiosa, emprende vuelo y huyendo desesperada se estrella en el fondo de un precipicio. Los habitantes de Tebas consagran a su salvador y Creón cumple su palabra cediéndole la corona y entregando a su hermana Yocasta en matrimonio. El presagio del oráculo finalmente se había cumplido: ¡Edipo, sin saberlo, se había casado con su propia madre!.

Comienza su reinado sobre Tebas y su vida matrimonial con Yocasta. Con el paso de los años una serie de desgracias se abaten sobre Tebas. Además de catástrofes naturales, la peste se adueña de la ciudad y comienza a diezmar su población. Las cosechas se pierden y los animales se mueren sin existir causa alguna. Era como si una maldición hubiese caído sobre los tebanos y los dioses hubiesen decidido castigarlos por alguna falta cometida. El pueblo consternado recurre al auxilio de su Rey y le demanda protección.

Edipo vuelve a consultar el oráculo quien sentencia que las calamidades de Tebas se van a terminar solo cuando sea vengada la muerte de Layo. Se convoca entonces a un famoso adivino, Tiresias, quien no responde a Edipo toda la verdad. Obligado por Edipo, Tiresias le revela la verdad al rey, quien tomando conciencia de los crímenes que había cometido y de ser la causa de las desgracias que se abatían sobre Tebas, presa de la desesperación se arranca los ojos para no ver nunca más la luz del sol. Al enterarse Yocasta de la verdad, se suicida estrangulándose con un lazo.

De ahí en adelante Edipo, ciego y con el único bien material de un bastón, vagó por el mundo acompañado por su hija Antígona, donde se manifiesta el amor paternal que siente Edipo hacia los hijos que tuvo con Yocasta. Sobre el fin de sus días, Edipo luego de tanto sufrimiento comprende que para ver la esencia de las cosas no es necesario tener los ojos. Acompañado de su hija, acude al llamado de los Dioses quienes han decidido que su penosa vida debe terminar.

Esta historia habla sobre la importancia que tenía para los griegos lo inexorable del destino de cada persona, destino que incluso estaba por encima del poder de los dioses. Edipo hizo todo lo posible para eludir lo que los dioses le habían predestinado, pero todos los caminos que tomó lo condujeron hacia el mismo e inevitable final. Es oportuno mencionar que en todo el relato no hay referencia alguna al amor entre Edipo y Yocasta. El hecho de que Edipo hubiese aceptado la mano de Yocasta junto con la corona de Tebas, no implica que hubiese estado enamorado.

Desde el comienzo de los tiempos, el ser humano ha recurrido a diferentes métodos para adivinar el porvenir y son pocos los que pueden escapar a la seductora tentación de conocer lo que vendrá mañana. A ello se agrega el hecho de que rara vez las predicciones son lo suficientemente claras y concretas como para poder tomar decisiones sobre nuestro futuro, dejando siempre un amplio lugar para la interpretación personal y subjetiva.


Colaboración Mario Vilaró