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230 • DEVANAGUY Y MARÍA

 

Lunes, 3 de junio de 2002

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Siva

El hijo de Devanaguy, el redentor índico, se llama Christna, y más tarde, sus propios discípulos le dan el titulo de Iezéus. El hijo de María, el redentor cristiano, se llama Jesús, ó mejor dicho Jeosuah, y más tarde sus propios discípulos le dan el titulo de Cristo. Las dos madres de los redentores conciben por mediación divina, y permanecen vírgenes a pesar de su maternidad.

¿Quién ejerció aquí su influencia? ¿A quién acusaremos de imitador? Claro es que plantear la cuestión es lo mismo que resolverla. Devanaguy y Christna son anteriores tres mil años, cuando menos, a María y al Cristo; la vieja civilización de la India nació toda de esa encarnación; todos los libros sagrados, todas las obras de moral, de filosofía, de historia, de poesía, se apoyaron siempre en ese misterio. Suprimir Christna sería lo mismo que suprimir la India antigua.

María y el Cristo no han llegado a nosotros más que por las relaciones legendarias de los evangelistas y aunque los hechos de que se procuró rodear la encarnación cristiana fueron de naturaleza apropiada para excitar, en muy alto grado, el interés y la curiosidad del siglo en que se supuso su realización; y aunque esa época sea relativamente muy próxima a nosotros, la historia y la tradición son mudas completamente acerca de ellos. Nada, nada absolutamente, nos da testimonio de tales hechos. Ni Suetonio, ni Tácito, ni ninguno de los historiadores latinos o griegos de aquel tiempo, hacen la más pequeña mención de las aventuras extraordinarias que se atribuyen a Jesús y no obstante, preciso es confesarlo, había en ello materia sobrada para tentar la pluma de aquellos escritores. ¿Cómo explicar tan unánime silencio?

Sólo de una manera; que todas esas aventuras son apócrifas; que Jesús pasó casi ignorado por un mundo antiguo que apenas se fijó en él; y que solamente más tarde, sus discípulos hicieron de él un héroe legendario, sirviéndose de las profecías hebraicas, inspirados por el Oriente y tomando de Christna su moral y hasta algunas de las particularidades de su existencia, escogiendo las menos sobrenaturales, las más probables.

La tradición de la virgen madre, emanada de la India, es vulgar en todo el extremo oriente, en Birmania, en China y en el Japón; los apóstoles no hicieron más que recogerla y adaptarla a su doctrina. Hay un hecho que siempre me ha extrañado enormemente: de los libros sagrados de la India y del Egipto, esta antigua tradición del Mesías pasó mas tarde a los libros de la ley hebraica. ¿Cómo se comprende, entonces, si los hechos más importantes de la vida de Jesús y todos sus milagros, no hubiesen sido el resultado de una posterior invención, que los judíos se hubiesen negado a reconocer el propio redentor que aguardaban con tanta impaciencia y que aguardan todavia?... No faltará quien diga que estaban cegados por el demonio; pero es tiempo ya de abandonar ese antiquísimo argumento, bueno tan sólo para disimular la endeblez de semejantes pretensiones, y razonad, razonad siquiera un momento, si es que podéis.

¿Es posible creer en serio, que los judíos no hubiesen aclamado a Jesús, si en realidad hubiese hecho ante sus ojos todos los milagros que le atribuyen los evangelistas?... Estoy bien persuadido de que tales prodigios no habían de hallar incrédulos, pues se hacían a la luz del sol, y así no es posible creer que el Cristo muriese clavado en una cruz, como un tribuno vulgar que buscaba levantar al pueblo contra las autoridadea establecidas, que no de otro modo fue considerado por los sacerdotes de Israel.

Estamos muy lejos de la época en que lo maravilloso parecía formar parte del orden natural, que la multitud se arrodillaba sin comprender nada. Pues bien: imaginemos que en medio de nosotros se levante un hombre cualquiera, y que durante tres años de su existencia acumule milagro sobre milagro: que cambia el agua en vino, que alimente a diez, a quince, a veinte mil personas con solamente cinco peces y dos o tres panes, que resucite a los muertos, que devuelva el oído a los sordos, la vista a los ciegos... y luego ¡ya veremos si los fariseos y los sacerdotes tienen poder suficiente para condenarle a muerte!

Mas para eso... fuera preciso que el muerto estuviese bien muerto... que el agua cambiada en vino fuese agua realmente... que los ciegos y los sordos lo fueren también de verdad... en fin, que ni las ciencias naturales ni las físicas tuviesen con todo ello, nada absolutamente que ver. Así es que si los judíos no reconocieron a Jesús, es que el sublime predicador se contentó con exponer su moral, apoyándola en su propio ejemplo, en sus puras costumbres, que hubieron de contrastar poderosamente en medio de la corrupción general, levantando contra suya a todos los que dominaban y vivían de esa misma corrupción, esto es los fariseos y sacerdotes.

Advertidos por su muerte, sus apóstoles cambiaron de táctica. Comprendiendo al fin que era necesario herir la imaginación de las multitudes por medio de lo sobrenatural y lo prodigioso, rejuvenecieron la encarnación de Christna y, gracias á esto, pudieron proseguír con éxito la obra que había costado la vida al maestro. De ahí la concepción de la virgen Maria y de la divinidad de Cristo. No voy siquiera a establecer una comparación entre esos nombres de Jesús o Jeosuah y Iezeus que llevaron los dos redentores índico y cristiano.

Ya sabernos que esos nombres de Jesús, Jeosuah, Josías, Josué y Jeovah provienen todos de dos palabras sánscritas: Zeus e Iezeus, que significan el uno Ser supremo y el otro la esencia Divina. Esos nombres fueron comunes no tan sólo entre los hebreos sino también en todo el Oriente. No sucede lo mismo con los nombres de Cristo y de Christna, en donde la imitación se hace evidentísima, y donde se pone mejor de manifiesto que los apóstoles fueron a copiar la encarnación índica. El hijo de María al nacer, no recibió más que el nombre de Jesús, y tan sólo después de su muerte fué llamado el Cristo por los primeros fieles. Esta palabra no es siquiera hebrea. ¿Cuál podría ser, pues, su procedencia, si en realidad los apóstoles no se hubiesen apoderado del nombre del hijo de Devanaguy?

En sánscrito es Kristna, o mejor aún Christna, pues con nuestra letra che representamos más exactamente el sonido representado por el signo sanscrito; de manera que en este punto vamos guiados por una regla gramatical, no por el deseo de buscar semejanzas o aproximaciones más o menos verosímiles. No siendo posible ninguna otra explicación de este hecho, queda como única verdad admisible que este nombre de Cristo forma parte integrante del completo sistema adoptado por los apóstoles y que se resume del siguiente modo: constitución de la sociedad novísima sobre el modelo de la primitiva religión brahmánica.


LUIS JACOLLIOT
La voz de la India • 1890
Editorial de Carbonell y Esteva - Barcelona