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1001 • PARAÍSO PERDIDO

 

Viernes, 14 de enero de 2005

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Me repugna ver los turistas blancos y obesos en las hamacas salvadas tomando su daiquiri en las ruinas del Índico. No soy justo: para esos grandes nórdicos la permanencia puede tener significado moral: no acobardarse por nada, resistir, incluso permanecer como bienes de consumo que son para los indígenas.

Estaban en su paraíso, barato y abierto a todo, quizá con sus pequeñas o pequeños huríes. Ni siquiera estoy contra el turismo sexual. Suelo escandalizar cuando escribo o digo que en esos países la prostitución, la semiesclavitud, el trabajo infantil, son mejores que la muerte por hambre. Hay que ser muy supersticioso para no darse cuenta de que un niño no es tal cosa, sino parte de una familia que vive de aquello con lo que topa; tener miedo esotérico al sexo y al trabajo con sudor para no comprender que la alternativa es yacer bajo las moscas como en África (nadie paga ni su sexo: están contaminados, y no se viola la riqueza de patentes de medicamentos: han perdido todo) y tengo la creencia, desde el pasado, de que importa sobrevivir, aunque sufriendo: se puede servir de algo a otros y a uno mismo.

En todo caso, la palabra paraíso para todos esos países del golfo de Bengala es muy rastrera. Ni antes ni después del maremoto. Ni paraíso, ni una de las nueve terrazas del purgatorio, ni la buena tierra: países donde la vida es más corta que en Europa o en América, las enfermedades trepan (el turista va pinchado de vacunas) y algunos regímenes son más odiosos para ellos que los que se encuentran en nuestro Occidente, aunque sea en Rusia o en Serbia. O en Turquía.

Regímenes, algunos, que apalean, encarcelan, matan: sobre todo si se queja el turista, sexual o sólo borracho, o comilón; o gozador de ver el desastre del otro. El desastre diario. Este otro nos sirve para la buena conciencia: un donativo, previo descuento de la comisión bancaria; la oración de algunos, o la promesa de otros. Dice la ONU (Kofi Annan) que está satisfecho de los 2.000 millones de dólares que han ofrecido los países ricos: pero que el problema estará a la hora de cobrarlos.

Libramientos, firmas, ajustes presupuestarios, pueden tardar años. Y allí los que han sobrevivido están muriendo ya: en el paraíso perdido. No sé por qué en todas las leyendas hay un dios que expulsa del paraíso, qué malvado. En Virgilio, en Dante, en Milton. Y es que ellos sabían, como Kofi Annan.

EDUARDO HARO TECGLEN
Diario El País - Madrid - 5/ENE/05
Colaboración E. Demitrio