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459 •  LA CONVERSIÓN

Viernes 21 de marzo de 2003

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En América latina, donde las guerras con enemigos lejanos han sido tan escasas, se oye preguntar con frecuencia cómo ha sido afectada la vida cotidiana de los Estados Unidos por el conflicto con Irak. La respuesta es sencilla: fuera de Washington, los tambores casi no se oyen, pero hay poca gente que no tome partido o esté pendiente de lo que dice George W. Bush por televisión, con una retórica cada vez más religiosa. Desde el 11 de septiembre de 2001, cuando el país se sintió vulnerable por primera vez, el presidente parece decidido a construir de una vez por todas un imperio invulnerable.

Las últimas encuestas serias indican que una creciente mayoría de los norteamericanos está a favor del ataque a Irak, con la anuencia de las Naciones Unidas o sin ella. En la que CBS y The New York Times completaron la segunda semana de marzo, 55% aprobaba la guerra, y 41% no. A nadie le preocupa la disparidad de fuerzas entre los dos países beligerantes ni el hecho de que Saddam Hussein tenga, según todos los indicios, poco que ver con la destrucción de las Torres Gemelas. Un estudiante de Washington University en St. Louis, Missouri, me dijo que Hussein es semejante al Hitler de 1938: un tirano mentiroso que oprime a su pueblo y que oculta, mientras se siente débil, sus garras expansionistas. Dejarlo avanzar equivaldría a un suicidio.

En otras partes se piensa lo contrario. La edición europea de la revista Time formuló a sus lectores de Internet la siguiente pregunta: "¿Qué país representa un peligro mayor para la paz del mundo en 2003?". Más de 300.000 personas votaron. Las respuestas fueron éstas:

  • Corea del Norte 7%
  • Irak 8%
  • Estados Unidos 84%
  • Otros 1%

Uno de los restaurantes favoritos de los estudiantes de Rutgers University, en New Brunswick, cincuenta kilómetros al sur de Manhattan, es (o era) el Old Bay, que se especializa en comida cajun , originaria de New Orleans. Desde el 11 de septiembre su dueño, Anthony M. Tola, ha puesto una enorme bandera en la fachada de su edificio, situado frente a uno de los cementerios más antiguos del país. Ahora, a comienzos de este mes, indignado por la oposición francesa a la guerra, decidió vaciar en los urinarios de sus baños todas las botellas de champagne Dom Perignon y de Merlot francés que le quedaban en la bodega. "No tolero que nos falten el respeto de esa manera", dijo. Decenas de estudiantes y de empleados de Johnson & Johnson que solían frecuentar el lugar decidieron abandonarlo. El pasado lunes 10 de marzo, sin embargo, cuando pasé por allí, había animados y numerosos patriotas sentados ante el bar y en las mesas de los dos pisos.

TOMÁS ELOY MARTÍNEZ
Diario La Nación